A finales de abril de 2024, la « Comisión Pantallas » entregó al presidente de la República su informe para regular las prácticas digitales de los jóvenes. Titulado « Niños y pantallas: En busca del tiempo perdido« , el texto ha suscitado numerosas reacciones, particularmente centradas en la problemática sanitaria. La aplicación de algunas de sus recomendaciones, especialmente la prohibición de las redes sociales antes de los 15 años, parece cuestionable.
Las 29 propuestas oscilan entre la « prohibición total de las pantallas » y la necesidad de « mejor formación en lo digital ». Frente a las interrogantes suscitadas por esta aparente ambivalencia, los copresidentes de esta Comisión insisten en la complementariedad de estas propuestas que deben mantenerse juntas. ¿Prohibir las pantallas y educar en lo digital: es posible este « al mismo tiempo »?
Frente a los riesgos, la opción de retirarse
Los intensos debates sobre el lugar de las pantallas en nuestros espacios íntimos, profesionales y sociales se enmarcan en una « sociedad del riesgo » particularmente preocupada por su futuro, especialmente por su capacidad para enfrentar las transformaciones tecnológicas. Aunque se puede reconocer una aceleración de estas preocupaciones, estas se inscriben en un movimiento antropológico conocido, el de la « pánico moral« . Este fenómeno de pánicos morales expresa un temor a la desestabilización de los valores sociales, y se cristaliza en torno a los usos juveniles de dichas pantallas y las consecuencias de estos usos en la salud mental y social de los niños y adolescentes, así como en su desarrollo cognitivo y su cultura general.
Sin embargo, un importante y robusto estudio estadounidense, realizado a largo plazo con 12,000 niños entre 9 y 12 años, concluye sin dudarlo la ausencia de vínculo entre el tiempo pasado « frente a las pantallas » y la incidencia en las funciones cerebrales y el bienestar de los niños. No obstante, en Francia, una investigación longitudinal de gran envergadura, desplegada esta vez con 18,000 niños desde su nacimiento, muestra que son los factores sociales los que juegan un papel preponderante en el desarrollo del niño.
A pesar de estos hechos científicos, el debate sobre el lugar de dichas pantallas en nuestra sociedad se polariza, y se caracteriza recientemente por una ultraradicalización de las posturas, lo que tiene como primer efecto perjudicar la comprensión de todos. En el corazón de este debate, las « pantallas ». El uso de este término genérico es en sí mismo problemático y es la causa de numerosas confusiones y conclusiones precipitadas. Los objetos técnicos que abarca son múltiples, invisibilizando la diversidad y la complejidad de sus usos, desde el juego hasta la información, pasando por la comunicación. Distinguir las actividades que tienen las pantallas como soporte es importante.
Prácticas de enseñanza (en) digital a considerar
La noche de la presentación del informe producido por la « Comisión Pantallas », el primer ministro Gabriel Attal instó a « la educación nacional [a] barrer frente a su puerta », con el fin de cesar en su interior el uso de « la pantalla por la pantalla« . Tal declaración no deja de sorprender. Este ataque, percibido como tal por numerosos docentes y personal directivo, es incomprensible cuando se conoce la productiva labor pedagógica de los docentes en materia de educación por lo digital y en lo digital. Incomprensible también cuando se conocen las dificultades que enfrentan en sus instituciones para abordar temas complejos como la protección de datos personales de menores o el fenómeno del (ciber)acoso.
Al igual que el término « pantalla », el término « digital en la escuela » no significa gran cosa. Incluso tiende, sin juego de palabras, a ocultar la diversidad de situaciones, prácticas y contenidos didácticos experimentados en las clases. Porque de eso se trata. En 2020, un informe publicado por el Centro Nacional de Estudio de los Sistemas Escolares (CNESCO) hizo un balance a través de una amplia revisión de la literatura realizada por especialistas del campo, sobre las interrelaciones entre « digital y aprendizajes escolares« . Su conclusión subrayó cuánto prevalecía el escenario pedagógico para el uso de herramientas digitales en el aula. Es la alianza entre estrategia de enseñanza y objetivos de aprendizaje lo que da sentido a la educación por/para lo digital.
Así, parece absurdo « prohibir las pantallas en las escuelas infantiles » – como recomienda el informe de la « Comisión Pantallas » – cuando los programas escolares mencionan, desde el final de la Gran Sección, la capacidad esperada de los niños « para usar objetos digitales (cámara, tableta, computadora) ». Además, las propuestas didácticas de los maestros de infantil muestran una preocupación por combinar el desarrollo de competencias lingüísticas y el uso de recursos digitales. Un meta-análisis de 19 estudios científicos muestra, además, que el uso de la tableta digital por niños de 2 a 5 años favorece – siempre que estén acompañados por adultos – la mejora de la capacidad para resolver problemas, el desarrollo de habilidades matemáticas o de vocabulario.
A lo largo de la escolaridad, las competencias digitales se piensan en el aula y se desarrollan de manera reflexiva, beneficiándose del apoyo de conocimientos científicos en el campo. La Dirección de lo Digital para la Educación financia proyectos de investigación (« Grupos de Trabajo Digital« ), que tienen precisamente la misión de producir trabajos destinados no solo a evaluar las prácticas digitales en la enseñanza y el aprendizaje, sino también a apoyar a los actores – docentes, personal directivo y de supervisión, entre otros – en la implementación de escenarios eficientes.
Uno de estos grupos de investigación (GTnum EMILIE) enfoca su trabajo en torno al gran tríptico organizador de los aprendizajes de los lenguajes « Hablar, Leer, Escribir » para favorecer una educación en medios y en información anclada en las realidades educativas y sociales destinada a los estudiantes de ciclos 2 y 3.
Conjuntamente, ante la amenaza que constituye indudablemente el imperio de los GAFAM sobre las libertades individuales y colectivas, el marco ético en el que se despliegan estos usos digitales es objeto de una reflexión compartida por los docentes y personal de supervisión. Estos se preocupan cada vez más por adoptar usos y prácticas en coherencia con el reglamento general sobre protección de datos (RGPD), así como con valores – los de los bienes digitales comunes – en consonancia con el ideal de la escuela republicana.
Detrás de discursos polarizantes, importantes desafíos educativos
La cuestión del llamado digital en la educación va mucho más allá del ámbito escolar, y la esfera privada también recibe toda la atención. Una vez más, el discurso político y mediático aparece polarizado, con el primer ministro afirmando el 30 de noviembre de 2023: « En cuanto al uso de pantallas en casa, estamos cerca de una catástrofe sanitaria y educativa« . Nuevamente, los estudios científicos no corroboran esta afirmación. Destacan usos sociales diferenciados de los dispositivos conectados según las mediaciones parentales en juego, pero también, más ampliamente, los contextos culturales.
Si bien es evidente que la integración de este objeto socialmente compartido constituye un desafío para el ejercicio de la parentalidad, no deja de ser cierto que los padres hacen frente a esta situación y necesitan, al mismo tiempo, información confiable sobre el tema y apoyo. Como mostraba en 2021 una encuesta realizada a 1852 padres de niños de entre 6 y 11 años, esperan que la escuela se encargue de competencias como « evaluar/verificar la información » y « protegerse del ciberacoso », consideradas esenciales para el éxito escolar y la integración social de sus hijos.
Desde hace varios años, las políticas públicas han comprendido la necesidad absoluta de establecer dinámicas territoriales que involucren a los actores en toda su pluralidad, mostrando una preocupación por favorecer la coeducación por/para lo digital. Los Territorios Educativos Digitales (TNE) ilustran esta toma de conciencia. Estos dispositivos no están exentos de críticas, documentadas además por la investigación, pero tienen el mérito de intentar responder a los desafíos complejos mediante la combinación de acciones de formación y acompañamiento, producción de recursos y conexión entre las distintas instancias. También tienen el mérito de considerar la cuestión del lugar del llamado digital en nuestra sociedad por lo que es: una cuestión de poder de acción colectivo, una cuestión de igualdad social, económica y cultural de acceso – a la información, a las sociabilidades, a las industrias culturales, pero también a los trámites administrativos y a los derechos sociales.
Una intención así pasa por no culpar a los adultos en la esfera privada y, sobre todo, devolverles la autoridad y el poder de actuar sobre sus propios usos para luego poder entablar un diálogo con los niños. Una concepción coercitiva de la educación por/para lo digital es incompatible con una educación en medios y en información que favorezca la reflexión y el desarrollo de una cultura crítica en la vida cotidiana.
El informe « Niños y Pantallas: en busca del tiempo perdido » tiene el mérito de plantear un tema crucial sobre la mesa: ¿qué concepción de nuestra sociedad, de la convivencia, y de las mediaciones, parentales y profesionales, queremos? Sin embargo, sucumbe en muchos puntos a un discurso catastrofista y a la tentación de privilegiar la prohibición sobre la educación. Esto oculta una parte importante de la literatura científica sobre las realidades sociales y culturales de las prácticas digitales. Al apostar por recomendaciones impregnadas de prohibiciones, ¿no se corre el riesgo de romper el diálogo y renunciar a una gestión educativa de estos desafíos digitales? Esta renuncia sería simplemente una derrota colectiva.
Anne Cordier, Profesora de Universidades en Ciencias de la Información y de la Comunicación, Universidad de Lorraine
Este artículo se republica a partir de The Conversation bajo licencia Creative Commons. Leer el artículo original.