Heredera de una « tradición » de vigilancia más que de aprendizaje, la « clase autobús » sigue siendo la norma, con sus pupitres simples o dobles, colocados uno detrás del otro, en dos o tres columnas separadas por pasillos por donde circula el maestro. Todos miran hacia la pizarra y el escritorio del docente. De hecho, se trata de la disposición ritual de los exámenes, desde el certificado de secundaria hasta el bachillerato y los concursos.
Si la forma de « habitar la escuela » preocupa a arquitectos o actores de la política urbana, la organización del aula, como lugar de aprendizaje y vida social, cuestiona la evolución de las estructuras espaciales en beneficio de los enfoques cognitivos por un lado, y de las interacciones sociales por el otro.
¿Cómo influye la disposición del aula en la forma de aprender? ¿Qué nos dice sobre las filosofías educativas que guían al maestro? ¿Qué relación hay entre la organización espacial y la relación con el conocimiento que tienen los alumnos? ¿Cómo se moviliza la autoridad del profesor según los arreglos materiales?
Considerar el aula como un lugar de vida social
En la escuela primaria, los alumnos pasan alrededor de 6 horas al día en su aula. Hoy en día, la escuela tiene la misión de proporcionar una « educación nacional », es decir, ya no se trata solo de instruir y transmitir conocimientos a las nuevas generaciones, sino también de educar, lo que implica una voluntad de contribuir a la formación de los ciudadanos del mañana.
En esta perspectiva, se trata de considerar el aula como un lugar de aprendizaje de las reglas de la convivencia. Los enfoques pedagógicos contribuyen considerablemente a esta construcción ciudadana: la « socialización democrática » querida por el pedagogo Célestin Freinet, figura de la nueva educación, es un ejemplo de ello. Incluye elecciones pedagógicas que todavía hoy impregnan el espacio escolar: elegir delegados de clase, elaborar reglamentos internos, decidir colectivamente las reglas de convivencia y las sanciones en caso de infracción, dar la palabra a los alumnos, debatir temas importantes y tomar decisiones que involucren tanto a estudiantes como a profesores.
Estas diversas acciones favorecen la entrada de los niños pequeños en la vida social. La creación de espacios coherentes con este objetivo educativo también contribuye significativamente. De esta manera, cambiar la disposición de las mesas según las actividades no solo reconfigura el espacio material, sino también la relación entre los alumnos y con su maestro o maestra.
Como la micro-sociedad que constituye, el aula es uno de los lugares privilegiados de las primeras interacciones sociales fuera del entorno familiar, en las que el mediador entre el niño y la sociedad de otros alumnos es el docente: « El educador tiene la función de permitir el acceso a la interpretación de los signos y a la estructuración de la vida interior. Tiene un rol mediador entre el ser y lo social, y permite al niño acceder a las leyes del grupo social al que pertenece », según las palabras de Marcel Postic, especialista en psicología de la educación.
En las pedagogías tradicionales, donde la clase permanece fija en el único modelo de « clase autobús », el maestro « impone » la ley, mientras que en las nuevas pedagogías se presenta como garante de la misma. Su papel es recordar y hacer respetar las normas vigentes en el microcosmos del aula, sin decidirlas solo y de manera arbitraria.
De esta manera, la relación de autoridad se convierte en aquella que lleva al alumno a sentirse autorizado a interactuar, a reflexionar, a intentar, a equivocarse, dentro de un marco del que el docente es garante. Este no dicta la ley, pero sigue siendo responsable de su cumplimiento: « no impone esta autoridad a sus alumnos, la pone a su servicio« , según Marcel Postic.
Esta autoridad del docente, que permite al alumno moverse en el espacio según reglas comunes, está relacionada con la forma en que se conciben los aprendizajes y los enfoques cognitivos.
Adaptar los espacios a los objetivos pedagógicos
Las declaraciones anteriores sobre la « clase autobús » podrían hacer pensar que esta configuración material del espacio debería descartarse por completo, so pena de que el docente esté subordinado a una concepción tradicional y conservadora de la enseñanza. No es así.
Una organización espacial puntual en el modelo magistral (« clase autobús ») puede ser pertinente cuando los objetivos pedagógicos lo justifican: cuando se trata de transmitir conocimientos o cuando se desea comunicar la misma información a todos, al mismo tiempo. Ya sea escrita en la pizarra a la que se enfrentan todas las mesas o cuando se trata de escuchar claramente lo que dice el docente.
Esta configuración deja de ser pertinente cuando se desea desarrollar actividades de « conflicto socio-cognitivo« , durante las cuales los alumnos deben poder buscar resolver problemas colectivamente, elaborando hipótesis, argumentando y contra-argumentando, con el fin de construir nuevos conocimientos que habrían sido difíciles de generar solos, en su pupitre. En este caso, una agrupación de 4 a 5 lugares es la más indicada.
Durante debates o la realización de proyectos, las organizaciones espaciales en forma de U o rectángulo son particularmente bienvenidas. Permiten interacciones entre todos los participantes, quienes se ven, pueden tomar la palabra uno tras otro, discutir e intercambiar respetando las normas colectivas, y bajo la autoridad del maestro que se encuentra entre ellos.
Así, el aula debe poder estructurarse de múltiples maneras: con mesas dispuestas en U, en rectángulo, en parejas, en pequeños grupos, con pizarras fijas y otras móviles, rincones de biblioteca o informática (con auriculares), una gran mesa al fondo del aula, etc.
Estas variaciones del espacio del aula no tienen valor por sí mismas, solo valen en función de las intenciones pedagógicas que sirven. Cada disposición tiene su pertinencia, siempre que sea coherente con los enfoques de aprendizaje que se quieran privilegiar.
Como se puede ver, el objetivo aquí no es recomendar una única configuración espacial válida y eficiente, sin importar los objetivos pedagógicos o socio-cognitivos buscados. Más bien, se trata de mostrar cómo la disposición del aula, la vida social de sus miembros y los aprendizajes que se deben realizar están correlacionados.
Desde finales del siglo XX, la escuela ha adoptado esta reflexión sobre los espacios escolares, los investigadores en educación se ocupan de ella y la formación de los futuros docentes está asociada a la misma. Si bien la organización en « aula flexible » se está difundiendo, en la práctica, el modelo tradicional sigue siendo el preferido.
Sin embargo, pensar y repensar los espacios, el mobiliario, los momentos compartidos en colectivo donde los alumnos viven gran parte de su vida infantil, es necesario para la coherencia y el éxito de la misión de este espacio-tiempo educativo y social que es el aula.
Cécile Goï, Profesora universitaria emérita, Universidad de Tours
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